En el primer capítulo del libro Piedras de Roger Caillois el autor hablaba de aquellas formaciones que son y seguirán siendo piedras, que no preceden a ninguna construcción, ninguna joya o ninguna extracción de algún mineral para un uso específico. “Han seguido siendo lo que eran, a veces más frescas y más legibles, pero siempre dentro de su verdad: ellas mismas y nada más” decía el autor.

Con la elaboración en cerámica de Piedras el intento es parecido al de Caillois cuando revisaba todas esas rocas y las describía con exactitud, elaborando un relato desde sus amplios sentidos históricos, mitológicos y materiales. En este caso no son palabras las que describen y sustituyen al objeto, sino piezas de barro cocido, hechas con cuidado aún del modo más aleatorio posible.

Copiar la forma de una piedra significa generar formas del todo inexactas de manera azarosa, a partir de movimientos, incisiones y deformaciones lo más inacuradas posibles. Éstas piedras sin embargo no son copias exactas de otras piedras sino piedras nuevas; combinan relieves, texturas y tamaños de distintas rocas reales. No obstante la realidad se escucha a través de su innegable presencia y materialidad, aunque sus esmaltes brillantes delaten que algunas no son piedras sino objetos que aluden a las piedras.

Piedras como las de Caillois, nos sitúan en el presente más singular, hablándonos de la imposibilidad de retornar a un pasado y evidenciando, calladas, su propia existencia sin un fin ni un destino.